Antes divagaba sobre el sentido de la vida, de qué eran los seres humanos, de qué debían hacer y por qué creían que debían hacer cosas. Principalmente por el dinero: trabajar para vivir y de paso tener casa linda, auto, mascota, cuadros, adornos, muebles preciosos. En segundo lugar estaba el placer propio; en lo posible, nadie va a hacer algo que no le traiga beneficio o le haga feliz, orgulloso. Simplemente se asqueaba de todo aquello porque la verdad era que él también hacía cosas por placer.

Ahora ya no divagaba, estaba seguro de todo aquello. Encerrado en su cuarto, pensar era lo único que podía hacer. Le prohibieron salir, que lo visitaran o que saliera incluso a la sala. Debía permanecer en su cuarto las veinticuatro horas del día observando como un demente como los copos blancos y fríos caían con libertad al suelo, él quería ser un copo y morir con el calor, sin problemas, sin sentir, sin ser humano. Pero así es como nació y no podía evitarlo y tampoco se atrevía a suicidarse porque eso no arreglaría nada.

Había dejado de creer en la familia y esos cuentos estúpidos como el de las madres que aman con todo el corazón a sus hijos o el de los padres que instruyen y enseñan a sus varoncitos. Mentira. La familia es algo efímero, y probablemente él fue un niño indeseado que tuvieron por error de coger sin cuidarse o antes de tiempo. Solamente era una mascota para exponer ante los demás, una que se casaría y heredaría fortunas para ellos, para que lo cubrieran de honores, diplomas, placas, títulos y toda esa basura que supuestamente hace importante a una persona.