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Bienvenidos a esta parte del bosque donde se puede escuchar al hongo hablar.
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La chica que escuchó hablar al hongo
Monstruo | 25 | Argentina | estudiante
Uso mi memoria para datos inútiles y trato de hacer espacio para lo que van a tomar en los exámenes. Amo leer e intento escribir. Antes dibujaba mucho. Vivo lejos, pero enamorada de las montañas y de
un conejo. Cada tanto me gusta ver videos de osos y de shibas. No me hablen nunca de abejas.
También estoy en
Cosas que sí ♥: escribir, leer, dormir en invierno, latín, escuchar música en viajes largos, stop-motion, geishas, mitología, cartoons, compras
Cosas que no ✘: ship hate, la cyber-policía moral, abejas, maltrato animal, colonización cultural


Te voy a guardar en un caleidoscopio ~
- 12/7 -
( x x )
❤
Recién cegado
27 de mayo de 2014 | 12:54 |
1 ✉
Ayer, de camino al trabajo, vi a un hombre caminando por Migueletes a la altura de Federico Lacroze. Era relativamente joven, rondaba sus treinta y tantos, y tenía aquel bastón blanco y delgado que, por convención, nos anunciaba a todos que estaba ciego.
Pero era un ciego diferente a todos los que había visto que iban con paso firme incluso si no contaban con la compañía de alguien, o esos del subte caminaban con total confianza mientras tocaban el bandoneón y otro ciego los seguía sacudiendo un vasito con monedas esperando a que los pasajeros les abrieran paso y colaborasen con lo que tuvieran en el bolsillo.
En cambio, el ciego de Migueletes caminaba pegado a las paredes, tanteando de forma torpe su entorno y haciendo un ruido cercano a lo estrepitoso con los golpes de su bastón. Necesitaba ayuda, como varios, para cruzar la calle, pero también la necesitaba cuando se desviaba en el corto trayecto de una sola cuadra como cuando entró una playa estacionamiento y un señor mayor se acercó, apoyándole una mano por el hombro, y le dijo dónde estaban y que ese no era su camino.
Yo lo seguí desde Lacroze hasta Olleros. En parte porque me preocupaba que tropezara o se llevara a alguien por delante. Un par de veces tocó con su bastón las piernas de los transeúntes y yo sabía que cuando llegara a la próxima esquina iba a necesitar ayuda de nuevo. Me hubiese gustado acercarme y decirle que lo acompañaría a donde fuera que tuviera que ir. Su andar era tan torpe como lastimero, y lo primero que atiné a pensar fue que había quedado ciego muy recientemente y acostumbrarse a cosas que a nosotros nos parecen nimiedades obvias y fáciles como andar por la calle, a él le estaban costando, (costando un huevo, porque esa era la mejor expresión que se ajustaba a esto).
Pensé en cuál pudo ser su accidente, en cuánto le tomaría adaptarse a la oscuridad (siempre creí que ellos veían todo negro), si contaba con la ayuda de alguien en su casa y si tenía tanto miedo como las primeras horas en las que comenzó la ceguera por el resto de su vida. También tuve miedo de que me percibiera y creyera que iba a hacerle daño, tal vez sus sentidos no se habían agudizado todavía, no cruzamos palabras.
Cuando tuvo que cruzar Olleros, el hombre se desvió y se chocó con un par de mujeres mayores que charlaban. Una de ellas le preguntó si iba a cruzar la calle y él respondió que sí; ella se ofreció a ayudarlo y cruzaron, conmigo siguiéndoles en silencio (no me animé a ofrecerle mi ayuda, qué vergüenza). Probablemente la señora sintió la misma sensación que yo: una preocupación por un extraño que se veía más frágil que un nene perdido en el supermercado, y le preguntó a dónde tenía que ir. Él respondió que a Avenida Libertador, la señora se tranquilizó y le dijo que siguiera por la izquierda, pero con cuidado, porque estaban frente a la heladería La Veneciana y sobre la vereda había mesas y sillas. Él agradeció y se despidió, tanteando más clamado y sin tropezar con nada, hasta que se detuvo a mitad de cuadra y entró a un edificio, yo seguí de largo.
Me pregunté si estaría de visita o si esa era su casa, si alguien lo esperaba, si él ya habría memorizado algo del orden de sus muebles.
Ninguna de todas estas preguntas iba a ser respondidas; primero, porque no me incumbían, segundo, porque no me había atrevido a hablar con el ciego. Me aterra pensar en que podría ofenderlo y además no tengo esa facultad gloriosa de entablar charlas con desconocidos. Como sea, yo ya no volvería a ver al ciego nunca más.
Pero me da algo de lástima pensar que él no me vio ni volvería a ver nunca más nada de lo que llegó a conocer en su otra vida.
Etiquetas: gente, lo que me llevo de la vida, lo quería contar