Finalmente hice el viaje que no había planeado, sino que fue una opción que surgió porque la idea original resultó ser más complicada de lo que habíamos pensado con la Señorita Pato. Todavía me acuerdo cuando empecé a tener horarios fijos como niñera y le dije: "si junto todos estos días, podríamos vernos en Mendoza, que es un lugar intermedio", ella respondió que sí y comenzó todo.
Los días previos a la partida de las dos, nuestras familias se pusieron en modo jodido. Supongo que no esperaban que pudiéramos lograrlo sin la ayuda de sus asalariados bolsillos, pero ¡sorpresa! Tomamos los micros con unas once horas de diferencia y nana hey hey goodbye~
Los diez que viví con la Señorita Pato fueron hermosos. De a ratos no lo podía creer, y para cuando empezamos a asimilarlo como una rutina dulce, llegó la hora de volver. Lo bueno: nos quedamos con ganas de más, nos quedamos con la motivación para que se repita y ojalá se vuelva nuestro ritual anual hasta el momento en que podamos vivir una más cerca de la otra.
Aprendí muchas cosas: a moverme sin tener a mi familia cerca, a manejar dinero que era de la Señorita Pato y mío, ubicarse en una ciudad que no conocíamos, y claro, compartir el tiempo y el espacio junto a ella. Cosas nuevas, que me hacían nudos en el estómago pero que al ver la sonrisa de la Señorita Pato se deshacían como por arte de magia. Hablar, escuchar, callar, cosas sencillas pero que en esos días eran mágicas y todavía siguen estampadas en mi memoria.
La gente de la ciudad es macanudísima, eso que dicen de la bondad provinciana
es cierto. El paisaje lo había visto hacía varios años, y reencontrarme con la cordillera tan cerca, imponente y misteriosa todos los días, cuando íbamos a comprar o a pasear, fue hermoso. Todavía la extraño, en Buenos Aires sólo se ven cadenas de cemento y vidrios espejados.
Este viaje sirvió como baño. Las dos nos sacamos un montón de capas de polvo y mugre que se juntaron los años anteriores carcomidos por frustraciones, problemas internos y externos, la impotencia de no poder vernos a la cara, etcétera. El 2015 comenzó limpio y asegurando que las cosas que pensamos casi imposibles se pueden lograr, lo más importante: que las logramos en un noventa y ocho por ciento con nuestro propio trabajo. Soy capaz y ella también.
Ahora que lo sabemos, la fuerza es casi imparable. Sí, podemos tropezar, estoy segura de que va a pasar porque la vida es así. La clave está en que ya sabemos, porque lo vimos, que al otro lado, hay un oasis en el tiempo y el espacio.