Welcome
Bienvenidos a esta parte del bosque donde se puede escuchar al hongo hablar.
To navigate:
✎: entradas
☁: perfil
☂: tagboard
❅: afiliados y archivos
☼: créditos
Para ver entradas anteriores, después de "anterior" volver a clikear en el lápiz :)
La chica que escuchó hablar al hongo
Monstruo | 25 | Argentina | estudiante
Uso mi memoria para datos inútiles y trato de hacer espacio para lo que van a tomar en los exámenes. Amo leer e intento escribir. Antes dibujaba mucho. Vivo lejos, pero enamorada de las montañas y de
un conejo. Cada tanto me gusta ver videos de osos y de shibas. No me hablen nunca de abejas.
También estoy en
Cosas que sí ♥: escribir, leer, dormir en invierno, latín, escuchar música en viajes largos, stop-motion, geishas, mitología, cartoons, compras
Cosas que no ✘: ship hate, la cyber-policía moral, abejas, maltrato animal, colonización cultural


Te voy a guardar en un caleidoscopio ~
- 12/7 -
( x x )
❤
La segunda vez
4 de mayo de 2016 | 18:45 |
1 ✉
La primera vez que nos despedimos, no contamos con mucho tiempo. Fue tan rápido como intenso: el micro ya había guardado todos los bolsos y me faltaba subir, ella tenía que esperar media hora más a que llegara el suyo. La miré, no dijimos nada, no compartimos un cigarro como lo habíamos planeado, no armé una cadena de palabras lindas, sólo la abracé con fuerza mientras nos dábamos un último beso salado y agridulce.
La segunda vez, tuvimos un poquito más. Salimos de la casa de una amiga (amiga de oro) cerca de las cuatro de la mañana. En dos horas iba a salir su vuelo, pero yo hablaba y hablaba para llenar el tiempo, para no dejar espacio a la obviedad. Hasta la próxima. Me reía, pero ella no podía seguirme el juego, en parte me enojaba y en parte lo entendía. Aunque no hubiera reglas ni roles de "la más fuerte" u "hombrecito que no llora", no me permití mostrarme triste, al menos eso traté.
Creí que en el aeropuerto nos iba a sobrar tiempo, pero entre el check-in y la búsqueda de su pasaporte momentáneamente extraviado (me pregunto si durante esos segundos en los que fui a preguntar si alguien lo encontró, ella fantaseó con poder quedarse unas horas, unos días más en Buenos Aires) no pasamos ni media hora sentadas en una mesita de cafetería cuando llegó la hora de subir al embarque.
Frente a nosotras, a través de los ventanales, se veía el sol del final del verano asomándose por el río. Era la segunda vez que nos despedíamos con el alba, pero seguíamos sin poder apreciarla como queríamos porque nos quedamos en un rincón abrazándonos, con los corazones temblando como hojas antes de caer de un árbol. Ella murmuraba molesta que no se quería ir, que este era su lugar; yo jugaba a decir estupideces racionales: nos vamos a volver a ver, no te pongas así. Me dolían la garganta y la cabeza, lloré un poquito y me concentré en consolarla. El río se veía tan hermoso...
"No me escribas..." me pidió. Iba a tener una hora de espera con wifi y yo quería que nos habláramos mientras volvía a mi casa, pero no quiso.
Me pregunté si alguien se fijaba en nosotros, si pensaron que las amigas exageraban mucho con la despedida, si dejaron de pensar que éramos amigas cuando nuestras bocas se juntaban cortas y repetidas veces. Me sorprendió que la última vez que estuve ahí fue para recibirla, de noche, y con él día tenía que dejarla ir. ¿Y si él día mejor no llega?, ¿y si es de noche para siempre?
Pasó a esperar el vuelo en la puerta. Ella de un lado y yo del otro. Todavía sin cordillera de por medio, pero esa pared de plástico montada ya impedía que nos viéramos, era lo mismo y más me valía acostumbrarme hasta el próximo verano.
Entonces alguien rompió todos los vidrios de mi cabeza. El sol ya había salido, el día acababa de comenzar, pero estaba vacío. Iba a volver a casa sola, sin charlar, sin apretar su mano, sin molestarla o decirle en qué barrio estábamos. Me quebré irrepetibles veces mientras imaginaba su avión saliendo, su voz que sería sólo accesible a través de una llamada, su cara dulce que vería en fotos. El verano acababa de terminarse, de quedarse en una puerta de embarque, y marzo ni siquiera había empezado.
Y mientras escuchaba música, acurrucada en un asiento individual de la línea 160, lloré todo lo que no había llorado desde las cuatro de la mañana.
Etiquetas: lo quería contar